viernes, 5 de mayo de 2017

Vicente Barrantes. Las siete canciones del mes de mayo. Poesía española.



Las siete canciones del mes de mayo de Vicente Barrantes.

Divino mes de mayo,
mes de las flores,
que coronado vienes
de resplandores,
tras de tus huellas
el corazón arrastras
de las doncellas.
Y teñida de púrpura
la casta frente,
tañendo el dulce crótalo
de ritmo ardiente
con voz pulida
te cantan en el prado
la bien venida.


I
CANCIÓN DE LAS DONCELLAS
¡Ya llega! ¡ya llega! lo anuncia la brisa,
lo anuncia al Oriente
la nube ayer negra, mas hoy sonrosada;
la brisa es tan solo su dulce sonrisa;
la nube es sus ojos de ardiente mirada,
que el alma presiente
que bebe estasiada.
Vendrán las mañanas de plácido gozo;
a orillas del río
vendrán las meriendas, los dulces festejos,
y luego brindando galán alborozo
las noches de estío,
las noches de luna que duermen los viejos...

Vendrán las serenatas,
y las fogatas,
y las danzas pulidas
sobre el musgo del prado tejidas.

Y las romerías
del señor San Juan
también vendrán, también vendrán.

Para nuestros cabellos
tendremos flores,
que ellos con ellas están más bellos,
y ellas no saben vivir sin ellos,
como la niña sin sus amores.

Divino mes de mayo,
mes de las flores,
que coronado vienes
de resplandores,
¡con qué divinas
canciones te reciben
las golondrinas!



II
CANCIÓN DE LAS GOLONDRINAS
¡Chis! ¡chis! nosotras venimos
de donde mayo reposa:
¡chis! ¡chis! nosotras le vimos
tender sus alas
cual mariposa
para cruzar
el aire y el cielo, la tierra y el mar.

Detrás de nosotras vino,
más que nunca gozoso y divino;
y como viene dicha anunciando
nos envía delante cantando.

Aves hermanas de arrullo tierno,
que habéis vivido
todo el invierno
sin amor, sin placeres, sin nido;
soltad el reclamo
de vuestro gorgeo,
que ya entre las ramas oiréis -«te amo»-
envuelto en murmullo de casto aleteo.
Empezad a arrancaros las plumas
que al hermoso polluelo dormido
den lecho blando
en la copa del árbol erguido,
cuando esté por las brisas mecido,
como entre espumas
el barco se mece subiendo y bajando.

Los insectos voladores
que al rayo del sol
con sus alas de colores
cascadas fingen de tornasol,
ya zumban todo el día
en rededor de los árboles
que el mayo en hojas adorna rico:
Dios que los cría
harto bien sabe
que los envía
para el pico amoroso del ave,
que a sus hijos los lleva en el pico.

Divino mes de mayo,
mes de las flores,
que coronado vienes
de resplandores,
¡con qué sublimes
canciones te saludan
las almas tristes!



III
CANCIÓN DE LOS TRISTES
Cuando del negro corazón la calma
siquiera alumbre de la dicha un rayo
¿a quién lo debe agradecer el alma?
a ti, mes de las flores, dulce mayo.

¡Ay! ¡qué triste es pasar horas tras horas,
esclavos del dolor ojos y mente,
y en el cielo ver nubes tronadoras,
y nubes en el alma juntamente!

Ver del cierzo los árboles heridos
sembrar por tierra su esplendor deshecho,
y de la dicha ver los carcomidos
restos sembrando el lastimoso pecho.

Ronco el torrente que a lo lejos brama,
estrellando en las rocas su corriente,
la eternidad parece, que nos llama
a hundirnos en su lóbrego torrente.

Cuando en el prado las marchitas hojas
al hollarlas el pie, voz da a su duelo,
gimen dentro del alma las congojas,
como gimen las hojas en el suelo.

Si son los tristes en la tierra hermanos,
cuando tu manto de dolor te vistes,
naturaleza plácida ¿qué manos
enjugarán el llanto de los tristes?

¡Oh! sí, ven, mayo, ven con tus sonrisas
del cielo, del ambiente, de las flores;
ven con tus brisas, con tus frescas brisas,
que aduermen y aletargan los dolores.

El arco iris que te finge el alma
para corona en la celeste altura,
présago sea de inefable calma,
ya que no puede serlo de ventura.

Y cuando el triste sin descanso llora,
no acreciente natura sus dolores;
que solo llore perlas el aurora,
y néctar sólo el cáliz de las flores.

Sí: ya alma mía, que en letal desmayo
llores, llora a tus solas, alma mía,
y al soplo dulce del risueño mayo
cielo, pájaros, flores... todo ría.

Divino mes de mayo,
mes de las flores,
que coronado vienes
de resplandores.
Aun por los suelos
te saludan cantando
los arroyuelos.



IV
CANCIÓN DE LOS ARROYOS
Murmuremos, murmuremos,
acompañando gozosos
los cánticos amorosos
que vagan del viento en pos,
y conviertan nuestras voces
este campo solitario
en sublime santüario
donde todo hable de Dios.

Nuestras ondas azuladas
de color robado al cielo,
en perlas borden el suelo
con extática embriaguez.
Pronto volverán, deshechas
a nuestro seno querido,
cual ave que vuelve al nido
donde pasó su niñez.

Y a su plácida frescura
el musgo verde aromoso
con ímpetu lujurioso
a la orilla brotará;
y en la noche reposada
la luciérnaga brillante
con su fulgor vacilante
nuestro curso alumbrará.

Cuando el sol a su fatiga
quede en ocaso rendido,
será nuestro manso ruido
un reclamo tentador,
que reúna a los zagales
con las zagalas sencillas...
de noche en nuestras orillas
¡es tan hermoso el amor!

Y cuando ría en Oriente
a los vergeles la aurora,
nuestra música sonora
por encanto cesará.
Será el único silencio
que guarde nuestra alegría,
que el silencio y la poesía
están donde el alba está.

Y cuando zumbe la abeja
en la férvida mañana,
y nuestras ondas de grana
empiece a teñir el sol,
den a la doncella espejo,
y si de altiva presume,
a sus cabellos, perfume,
y a su mejilla, arrebol.

Divino mes de mayo,
mes de las flores,
que coronado vienes
de resplandores,
cuando te acercas
se disipan cantando
las nubes negras.



V
CANCIÓN DE LAS NUBES
Como del panal arrojan
las abejas a los zánganos,
-así nos echa del cielo
el mes de mayo.

Como el amor a una niña
roba el color sonrosado
-así la color nos roba
el mes de mayo.

Como el huracán se lleva
el follaje de los campos,
-así nos llevan las brisas
del mes de mayo.

Viene mayo con sus flores;
viene con sus brisas mayo;
el cielo azul nos olvida...
-¡vámonos! ¡vámonos!

Divino mes de mayo,
mes de las flores,
que coronado vienes
de resplandores,
¡cuántos cantares
tu venida celebran
en las ciudades!



VI
CANCIÓN DE LAS CIUDADES
Como crisálidas bellas
que engendra el sol con su rayo,
ya galanes y doncellas
mi cielo pueblan de estrellas
el tibio soplo de mayo.

Y en el morisco balcón,
cuajado de hermosas flores,
se asoman en confusión,
como bandada de amores
que asaltan a un corazón.

El pájaro su garganta
ensaya al tender el vuelo
que hasta las nubes levanta,
pues el que en mayo no canta
no tiene perdón del cielo.

Rápida como la abeja
que acude a libar la flor,
la niña su casa deja;
que mayo amar le aconseja
y el alma le pide amor.

Bajo el cutis trasparente
se ven sus límpidas venas
ardiendo, -que es mayo ardiente,-
como el cristal de una fuente,
entre abrasadas arenas.

Y apenas asienta el pie,
tal que se ve y no se ve;
y su cintura cimbrea,
como una palmera que
del campo se enseñorea.

Y su pupila velada,
su boca sonrosada
exhala blando murmullo,
más blando que el del capullo
que brota a la madrugada.

La seda de los vestidos
la gasa de los prendidos,
los pintorescos encajes,
redes son de los sentidos,
y de los ojos, celajes.

¡Pues y las damas sin par
que en nubes de argentería
del viento fingen brotar,
como Venus brotó un día
de las espumas del mar!

Así en el Zocodover
y en el Prado y en el coso,
y en la Vega, son de ver,
tanta galana mujer,
tanto galán amoroso.

Pero donde está Cristina
y está la plaza de Mina,
se nubla del sol el rayo,
que es otro mayo aquel mayo
de aquella tierra divina.

Allí la luz es mejor,
y más ardientes las brisas,
y más hermosa la flor,
y el cielo, todo sonrisas,
y la mujer, toda amor.

Divino mes de mayo,
mes de las flores,
que coronado vienes
de resplandores,
los que atesoran
la fe en sus corazones,
¡cómo te adoran!



VII
CANCIÓN DE LOS CREYENTES
Yo te adoro, Señor cuando la cumbre
baña el rayo de, sol de primavera,
alzo mis ojos a la azul esfera,
allí otro rayo encuentro de tu lumbre.

Tú, solo tú, con sola una sonrisa,
su pompa vuelves al vergel desnudo,
y do reinaba el huracán sañudo,
un trono le levantas a la brisa.

Hermosa muestra de tu amor hiciste
¡oh fuente de consuelo y de ternura!
redimiendo del mal a la natura,
como en la cruz al hombre redimiste.

Por ti sacude el mundo su desmayo
tú al cielo das tan plácida armonía;...
cuando vele una nube el alma mía,
dale, Señor, también su mes de mayo.






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