Esta leyenda se desarrolla durante el siglo XIII, la Edad
Media en España. En aquel momento, tras las guerras y conflictos propios de la
época, llegó una etapa de paz y tranquilidad en todo Aragón.
La ciudad de Teruel recuperó su actividad y su apogeo de los
tiempos prósperos.
Diego era hijo de un panadero e Isabel una jovencita
primogénita de Pedro Segura, un noble rico de Teruel. Trabaron amistad de niños
mientras sus padres no prestaban atención, ni daban importancia a sus juegos.
Pero los dos jóvenes fueron creciendo, y entre juego y juego
se hicieron mayores. Entre ellos surgió el amor, un amor profundo y sincero.
Los padres de Isabel, Don Pedro y Doña Margarita, miraron
con preocupación la relación de amor de su hija. No querían ver a su hija como
esposa del hijo del panadero.
Por aquellas fechas el caballero don Rodrigo de Azagra, rico
y noble, se quería asentar en Teruel comprando casa y buscando esposa. Era
veterano, pero de gran dignidad y curtido en muchas batallas. Se fijó en
Isabel, enamorándose perdidamente de ella. Decidió pedir su mano aún sabiendo
que ella amaba al joven Diego. El padre de Isabel finalmente accedió a conceder
su mano ante las riquezas y el poder del noble.
Isabel, al conocer la noticia de boca de su madre, rompió en
lágrimas y se sintió muy desgraciada.
Diego, al enterarse, fue ante don Pedro enfurecido.
Consiguió convencer al padre de Isabel para que esperase tres años en los que
Diego debería hacerse importante y tener riquezas y posición o casaría a Isabel
con don Rodrigo.
Diego tuvo que partir para buscar fortuna y fama al servicio
del rey Pedro II de Aragón. Combatió en el sitio de las Navas de Tolosa, en la
que estuvieron los Reyes Católicos y el rey de Navarra. Salieron victoriosos y
Diego fue aclamado y reconocido en batalla.
Después partió a combatir a las órdenes del papa Inocencio.
El rey Pedro II murió en sus brazos tras una cruenta batalla y él fue
reconocido como gran guerrero.
En posteriores batallas fue hecho prisionero y torturado,
escapando y llegando a Oriente. Heredó una fortuna de un amigo que murió en
batalla.
Mientras tanto, a Teruel llegaron noticias que aseguraban su
muerte en combate. Isabel estaba tan afectada que no paraba de llorar y
lamentarse. Pero tuvo que aceptar su destino y aceptar casarse con el señor de
Azagra. La boda fue pomposa y sonada.
Diego, mientras tanto veía retrasado su regreso por las
inclemencias meteorológicas y su tiempo se agotaba. Cuando llegó a Teruel la
boda ya había tenido lugar, y él corrió a esconderse en la alcoba de los recién
casados con la idea de impedir que el matrimonio se consumase. Isabel se dio
cuenta de la presencia de Diego y mandó a su marido que le trajera una redoma
de sales para que saliese de la habitación. Cuando se fue el marido, Diego
salió de su escondite.
Ella pidió a Diego que se marchase pues ella ya se había
casado por libre voluntad con el noble, aunque fuese porque pensaba que Diego
había muerto. El matrimonio era un hecho.
Dicen que Diego se desvaneció como herido por un rayo, quedó
pálido y murió. Isabel sólo pudo acercarse con un gran llanto y desolada.
Cuando llegó el noble Rodrigo encontró la escena de Isabel
llorando y Diego muerto a sus pies. Creyó cuando su reciente esposa le dijo que
no había pasado nada entre ellos, puesto que le había rechazado al estar casada.
Entonces el noble sacó el cadáver y lo dejó en una esquina.
Diego fue enterrado y todos asistieron al funeral. Isabel
estaba pálida y abatida. Cuando sonaban las campanas, con el triste tono de los
muertos, Isabel se levantó avanzando hacia Diego y le besó en los labios.
Cuando la familia se abalanzó para retirarla de allí comprobaron que ella
también estaba muerta.
Después de tan desgraciados acontecimientos decidieron
enterrarlos juntos. Y así permanecen don Diego Martínez de Marsilla y doña
Isabel de Segura, conocidos como “Los amantes de Teruel”, juntos para toda la
eternidad.
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